
Por qué seguimos amando a JFK
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Sesenta años después de su asesinato, continúa siendo el presidente más popular de la historia moderna.
A los 43 años, John F. Kennedy se convirtió en el presidente más joven de EE.UU.
Superó uno de los momentos más oscuros de la historia. Así es como lo hizo y lo que aprendió.
El fotógrafo Jacques Lowe dejó constancia de una mirada íntima a la vida de John F. Kennedy y su familia.
Del asesinato de John F. Kennedy a la muerte de una princesa.
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John F. Kennedy continúa siendo, con mucho, el presidente más popular de la era moderna, con un impresionante 90% de aprobación pública, en comparación con los dos que le siguen, Ronald
Reagan, con un 69% de aprobación, y Barack Obama, con un 63%.
Sin duda, su carisma, su coraje y su muerte temprana (a los 46 años) en gran parte alimentan ese afecto. Kennedy, después de todo, llevó a la Casa Blanca un encanto aristocrático simple,
exudando el garbo de una estrella de Hollywood al servicio de sus ambiciones políticas. Su elegante esposa afrancesada, Jacqueline, reinventó el papel de la primera dama, lo que aumentó el
atractivo de él entre las mujeres. El increíblemente fotogénico presidente y héroe de guerra puso en marcha la épica misión de viajar a la luna y literalmente evitó un holocausto nuclear
cuando resolvió la crisis de los misiles de Cuba.
La gente todavía ama a JFK por el recuerdo de todo lo que se perdió, un líder abatido en lo mejor de su vida, la destrucción de Camelot, las imágenes de su asesinato y las secuelas —la
dignidad de Jackie con su traje rosado salpicado de sangre y un funeral como ningún otro en la época moderna—, que quedó grabado para siempre en nuestras mentes.
Y sí, el recuerdo de JFK inyecta una dosis de nostalgia de un tiempo en el que el presidente estaba un poco por encima de las luchas de la vida diaria y no era otro rostro familiar inmerso
en el ciclo interminable de noticias de internet, con su espectáculo adictivo de política y crisis. El tiempo hace crecer los afectos del corazón.
Pero, con el paso del tiempo, el encanto sin compasión no perdura del mismo modo que el carisma con principios. Kennedy desplegó su elocuencia con un propósito positivo. Sostengo que hay dos
razones más amplias por las que las personas en todo el mundo continúan venerando a Kennedy, las cuales se cristalizaron en dos días consecutivos un verano en Washington hace 60 años: la
paz y la justicia.
“¿De qué tipo de paz estoy hablando?” Kennedy preguntó el 10 de junio de 1963 en un discurso pronunciado en la ceremonia de graduación de los estudiantes de la Universidad Americana. “¿Qué
tipo de paz buscamos? No es una Pax Americana impuesta en el mundo por armas de guerra norteamericanas”.
Meras palabras, naturalmente, pero JFK (con ayuda del escritor de discursos Ted Sorensen) expresó un anhelo que nunca ha sido tan urgente. “No la paz de la tumba ni la seguridad del
esclavo”, prosiguió Kennedy. "Estoy hablando de la paz genuina, la clase de paz que hace que la vida en el planeta valga la pena, la clase que permite que hombres y naciones crezcan, y
tengan esperanza, y construyan una vida mejor para sus hijos... no solo paz para los estadounidenses, sino paz para todos los hombres y mujeres; no solo paz para nuestro tiempo, sino paz
para todos los tiempos”.
Algo grandilocuente, tal vez, proviniendo de un comandante en jefe que aprobó la fallida invasión de la Bahía de Cochinos en Cuba por parte de la CIA, presidió durante una creciente
presencia en Vietnam y prácticamente ordenó un golpe militar en Saigón para preservar sus opciones. (Aunque para ser justos, fue su predecesor, Dwight D. Eisenhower, quien primero envió
tropas estadounidenses a Vietnam). Pero su habilidad para aplicar su inmenso poder en servicio de la paz nos obliga a admirarlo a pesar de sus faltas.
La resolución de Kennedy a la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962 fue liderazgo político de primer nivel: salvó el planeta de una guerra nuclear inminente y fijó el rumbo del
resto de su presidencia.
A lo largo de 1963, Kennedy mantuvo su resistencia ante una línea militarista de los integrantes del Estado Mayor Conjunto. Por cierto, utilizó su prestigio como pacificador para imponerles
a los generales una medida que odiaron: un tratado de prohibición limitada de ensayos nucleares con la Unión Soviética, que fue un modesto primer paso para retroceder ante el abismo de la
guerra nuclear. Cuando el Senado ratificó el tratado en septiembre de 1963, se dice que Kennedy lo consideró el mayor logro de su presidencia.
El sentido de justicia de Kennedy es otra razón por la que todavía lo adoramos, tal como se capturó en un discurso televisado desde el Despacho Oval, apenas 24 horas después de su discurso
en la Universidad Americana.
“Nos enfrentamos principalmente a una cuestión moral”, le dijo Kennedy a la nación la noche del 11 de junio de 1963. “Es tan antigua como las Sagradas Escrituras y tan clara como la
Constitución de Estados Unidos. El núcleo de la cuestión es si todos los estadounidenses deben tener derechos equitativos y oportunidades equitativas, si vamos a tratar a nuestros
compatriotas como queremos ser tratados”.
El presidente estaba modificando el rumbo en los derechos civiles. En sus primeros 30 meses como presidente, Kennedy había tratado de llegar a un acuerdo con las fuerzas del racismo y no
había tenido éxito. Se negó a firmar un decreto ejecutivo para prohibir la discriminación en la vivienda por miedo a ofender a los congresistas del sur. Al mismo tiempo que manifestantes
pacíficos contra las leyes de Jim Crow eran víctimas de una brutalidad cada vez más descarada por parte de la policía local, los líderes negros imploraron al presidente que adoptara una
postura pública enérgica. Kennedy mayormente los evadió, hasta el 11 de junio.
Ese día, JFK desafió al país con palabras que muchos hombres blancos no querían escuchar.
“Predicamos la libertad por todo el mundo, y lo hacemos sinceramente, y valoramos nuestra libertad aquí en casa”, dijo, “pero ¿podemos decirle al mundo, y aún mucho más importante, decirnos
a nosotros mismos que esta es la tierra de la libertad, excepto para los negros?”.
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Y Kennedy hizo lo que no había hecho desde que asumió la presidencia: respaldó la legislación que prohibía la discriminación racial en lugares públicos.
“Ahora ha llegado el momento de que la nación cumpla su promesa”, declaró.
La sabiduría convencional sostiene que el proyecto de ley de JFK sobre derechos civiles se enfrentaba a una batalla difícil y que Lyndon Johnson y Martin Luther King Jr. se merecen gran
parte del crédito por lo que sería la Ley de Derechos Civiles del 1964. Pero el logro legislativo de LBJ solo fue posible por el liderazgo moral de Kennedy, y en parte por la muerte de JFK,
que generó un tsunami de dolor e indignación que contribuyó a que la legislación avanzara.
Y al final, el antídoto para la pérdida que sufrió la nación es el recuerdo afectuoso. Recordamos a JFK por su estrategia de paz, incluso si aún no se ha concretado. Nos emociona su defensa
de la justicia racial, aunque fuera tardía. Con el beneficio de una mirada retrospectiva, podemos ver que asumió grandes riesgos en nombre de todos los estadounidenses al resistir las
fuerzas del militarismo y el racismo. Honramos su sacrificio como vindicación de su valiente sabiduría.
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Jefferson Morley es editor del boletín “JFK Facts” en Substack y vicepresidente de la Mary Ferrell Foundation, patrocinadora de la mayor colección en línea de documentación sobre el
asesinato de JFK.
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