
Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar la jubilación
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Te comparto un pequeño secreto: a los 67 años, me uní a un club de jardinería. No hace mucho, la idea de recluirme en la sala de una iglesia con un grupo de viudas de pelo plateado que
insisten en la nomenclatura botánica correcta (género _y_ especie) habría sido impensable. Nunca lo haría. Yo, que fui periodista dura que perseguía historias difíciles, desde tornados hasta
triples asesinatos y atentados terroristas. Sin embargo, aquí estoy, retorciéndome en una silla plegable mientras un orador habla sin cesar sobre cómo cultivar hierbas inusuales para salsas
culinarias francesas que nunca prepararé. ¿CÓMO HE LLEGADO HASTA AQUÍ? Hace dos años me jubilé. Gracias al empujón de una vecina, me uní al club para ampliar mis conocimientos como
diseñadora floral. No tenía ningún interés en hacer una salsa bearnesa excepcional, pero quería diversificarme, por así decirlo. (Y me avergüenzo de mí, rubia de tinte, por criticar a las
canosas del club). El Día de los Inocentes del 2022 —no es broma— me jubilé de AARP. Mi trabajo como redactora y editora con la organización se centró en el fraude a personas mayores, y me
gratificó ayudar a las víctimas y alertar a otros sobre este estrago desmedido. También escribí sobre la investigación del Alzheimer, los centenarios y las catastróficas consecuencias para
las personas mayores en Estados Unidos del incendio de Camp Fire, en el norte de California, entre otros temas. Tras cuatro décadas de reportajes cargados de adrenalina, mis años en AARP
fueron una fase hacia la calma. Ya no estaba de guardia 24 horas al día, 7 días a la semana. Y lo que es mejor, trabajar para una organización sin fines de lucro que representa a 38 millones
de compatriotas mayores resultó ser una clase magistral sobre la jubilación. Yo estaba “prejubilada” (en inglés) cuando empecé, y aprendí de los expertos a los que entrevisté y de los
colegas con los que hablé para escuchar sus historias sobre salud, condición física, finanzas personales... de todo. En una reunión de personal a los seis meses de empezar a trabajar,
escuché una charla sobre cómo vivir hasta los 100 años. Entre las exhortaciones del orador: tener una “jubilación alegre y divertida”. Justo después, mi hermano mayor me llamó para
informarme que se iba a jubilar. Dado que nos criaron con la mentalidad de siempre trabajar duro, me quedé asombrada. Pero seguí los pasos del orador, y le deseé a mi hermano una jubilación
alegre y divertida. Así se plantó la semilla. NO HAY UN VIVO EJEMPLO Quiero dejar claro que no soy un símbolo de la jubilación sancionado por AARP. No existe tal persona. El objetivo de AARP
es facultar a las personas para que ellas elijan la forma en que viven a medida que envejecen. Al acercamos al final de nuestra vida laboral, nuestra salud, nuestra familia y nuestras
finanzas pueden ser radicalmente distintas de las de cualquier otra persona. La jubilación de cada uno es solo suya. Elegí el 1.º de abril para jubilarme por dos razones: nunca olvidaría la
fecha y, de modo juguetón, quería reírme por última vez al despedirme del horario de 9 a 5, la granja de cubículos, los plazos y las revisiones anuales del rendimiento (que, como profesional
maduro, había llegado a aborrecer). Mis finanzas parecían sólidas. Tenía una modesta pensión del periódico y podía contar con el sueldo de mi marido. Recortaría los gastos domésticos,
aplazaría el Seguro Social y no tocaría nuestros ahorros. Cuando llegó el Día D (Día de la Partida), reí, lloré, escuché homenajes y pronuncié lo que mis colegas llamaron un discurso
divertido. Estaba más feliz que un preso que sale de la cárcel. Saldría de la oficina para siempre y me liberaría de las cadenas de la jornada completa. Había trabajado desde niña, primero
en el restaurante de mi familia en las afueras de Chicago, que llevaba muchos años en funcionamiento, y más tarde en el comercio minorista y para el Servicio Postal de Estados Unidos, entre
otros lugares. Ah, la soberbia. En los meses siguientes aprendería que, al igual que otras tareas importantes —el duelo, seguir casado, afeitarme las piernas—, la jubilación tiene sus
etapas. Estas fueron las mías.